sábado, 3 de diciembre de 2011

El mundo necesita sonrisas como la suya.

Y ahí estaban, tumbados en la cama con los ojos abiertos, sin la mas mínima distancia entre ellos. Y ahí permanecieron horas. Sin pronunciar ni un te quiero. Hablando a base de gestos para no dejar de besarse ni un momento. Viendo como caían copos de nieve y escuchando esa canción de Cascada, want you in my life. "Te quiero en mi vida". Que gran canción.
Después de tanto tiempo siendo autosuficientes, sin depender el uno del otro, de mil llamadas no contestadas y mensajes compuestos por un te echo de menos, sus corazones se cansaron de perder batallas y se rindieron esa misma noche, en aquel suelo congelado, con una sola sábana blanca.
Después de tanto tiempo solos, ella se vio con suficientes fuerzas para decirle que necesitaba ver otra vez explotar su risa cuando sus dientes dejaban marca en su nuca, cuando se paseaba por la habitación y el aire se convertía en su olor, ese perfume, que perfecto. Y él se vio por fin capaz de decirle que estaba preparado para volver a dormirse en sus piernas. Que se veía capaz de dejar que le mordiese las orejas.
Hubieron más revolcones de los que cabe decir. Momentos de quedarse sin aliento por no dejar de echar pulsos con la lengua. Momentos de cuando uno pestañeaba el otro sonreía. Así las horas se hicieron segundos. Y entonces, eso de perder los pantalones todas las noches antes de abrir la puerta se convirtió en algo de lo más habitual.



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