Y se me sale dando pedales sin mi permiso una lagrimilla.

Desde pequeños nos enseñan cosas básicas y esenciales.
Como que si te lo propones, llegarás a lo más alto.
Que lo que tanto sueñas algún día se hará realidad.
Que leer es bueno y los videojuegos dañan el cerebro.
Que es bueno hacer ejercicio y las chucherías son malas.
Que el primer beso jamás se olvida.
Que 1+1 son dos, porque lo dice aquello que algún día odiarás, o quizás no, las matemáticas.
Que nadie es perfecto.
Con los años, cuanto más mayor te haces, te das centa de que muchas de las cosas que te enseñaron son mentira.
Que nunca alcanzarás todo eso que quieres, porque, como bien sabes, no se puede tener todo.
Que 1+1 no siempre son dos, por aquello de que te falta esa persona tan importante.
Que nadie es perfecto. No. Nadie es perfecto hasta que te enamoras de él.
No nos enseñan lo increíble que es despertarte, en una cama que no sea la tuya, con unas sábanas que huelan exactamente como anoche, a esa hora que ni recuerdas, porque estabas demasiado ocupada intentando no traspasar el cielo.
Lo increíble que es abrir los ojos y que un rayo de sol entre por esa ventana que dejaste a medio cerrar y le refleje en la cara. Lo increíblemente guapo que está hasta sin peinar.
No nos enseñan porque el estómago se revoluciona de tal manera cuando lo ves aparecer y porque sonríes cuando pasas por aquel sitio donde las palabras eran mudas, donde por una vez, hablaban los besos.
Porque todo, hasta el más mínimo gesto, te recuerda a él.
Porque desearías un para siempre. Que te escaparías con él a cualquier parte del mundo.
Que absurdo. Ahora tú, persona perfecta, me dices que nada es para siempre.
Luego te contradices y me sueltas sin más, que solo piensas en mi, que adoras cuando nuestras manos se juntan, y de la nada, pasan a ser una.
Ya nada es suficiente. Ni el más increíble "Buenos días, princesa".
¿Sabeis que? Siempre me dijeron que de errores se aprende y que perdiendo también se gana. Empiezo a creerlo.